Cuando un bebé llega al mundo, no solo necesita cuidados físicos: también necesita seguridad emocional. El apego, es decir, el vínculo afectivo que establece con las personas que lo cuidan, es una base esencial para su desarrollo físico, emocional, social e incluso cognitivo.

En este artículo explicamos qué es el apego, cómo se forma y qué tipos principales existen según la calidad de esa relación.

Qué es el apego

El apego es un vínculo afectivo duradero que se establece entre el bebé y un número reducido de personas, normalmente sus cuidadores principales. Este vínculo lo impulsa a buscar contacto, proximidad y protección, especialmente en momentos de estrés, miedo o incertidumbre.

Se trata de un vínculo jerárquico: aunque el bebé pueda establecer relaciones afectivas con varias personas, suele haber una figura principal de apego.

Para qué sirve el apego

El sistema de apego cumple funciones fundamentales en el desarrollo del niño o la niña:

  • Favorece la supervivencia, manteniéndolo cerca de sus cuidadores, especialmente en los primeros meses.
  • Ofrece seguridad emocional, funcionando como base segura desde la que puede explorar el mundo.
  • Fomenta la salud física y mental, contribuyendo a la autorregulación, al desarrollo neurológico y a la autoestima.
  • Facilita la socialización, ya que un niño que se siente seguro en sus relaciones tendrá más herramientas para relacionarse con otras personas.
  • Tiene una dimensión lúdica, ya que el contacto afectivo también forma parte del juego, del placer y del aprendizaje.

Cómo se forma el apego

El apego comienza a desarrollarse desde el nacimiento y evoluciona en distintas fases:

Fase I (0–3 meses)

Durante esta etapa, el bebé interactúa sin distinguir entre personas conocidas o desconocidas. Son especialmente importantes los sentidos como la visión, la audición, el tacto, así como las primeras conductas de comunicación como el llanto, la sonrisa o el aferramiento.

Fase II (3–6 meses)

El bebé empieza a mostrar preferencia por sus cuidadores habituales. Se calma más fácilmente en su presencia y responde emocionalmente cuando están o se ausentan.

Fase III (6 meses – 2/3 años)

Aparecen conductas más complejas: gateo para buscar al cuidador, uso del adulto como base segura para explorar el entorno, reacciones ante personas extrañas y necesidad de consuelo en momentos de estrés. El niño empieza a diferenciar claramente entre personas conocidas y desconocidas.

Durante esta etapa, también se organiza la relación entre varios sistemas de conducta:

  • Sistema de apego: impulsa al niño a buscar cercanía con su figura principal.
  • Sistema exploratorio: motiva al niño a descubrir su entorno.
  • Sistema de miedo: le ayuda a detectar y evitar amenazas.
  • Sistema afiliativo: facilita el acercamiento a otras personas.

Tipos de apego

El conocimiento sobre los estilos de apego proviene de décadas de investigación en el ámbito del desarrollo infantil. Uno de los estudios más relevantes fue el desarrollado por Mary Ainsworth, psicóloga que, en los años 70, diseñó un protocolo de observación conocido como “Situación Extraña”.

Este experimento consistía en observar la reacción de niños y niñas de entre 12 y 18 meses ante una situación breve de separación y reencuentro con su figura de apego en un entorno controlado. Las conductas que mostraban durante estos momentos permitieron identificar diferentes formas de relacionarse emocionalmente con el adulto.

Con base en estas observaciones, Ainsworth y su equipo clasificaron los estilos de apego en tres grandes categorías. Posteriormente, la investigación continuó, y se añadió un cuarto tipo más complejo y relacionado con situaciones de mayor vulnerabilidad.

A continuación, describimos los cuatro estilos principales de apego que puede desarrollar un niño o niña:

Apego seguro

El niño utiliza a su cuidador como base segura desde la cual puede explorar el entorno.
Se muestra afectuoso en el reencuentro tras una separación breve, busca consuelo y, una vez calmado, retoma la actividad con tranquilidad.
Este tipo de apego suele formarse cuando el adulto responde de manera sensible, predecible y afectuosa a las necesidades emocionales del niño.

Apego inseguro evitativo

El niño parece indiferente ante la presencia o ausencia de la figura de apego.
Evita el contacto emocional y suele centrarse en los objetos o en la exploración sin recurrir al adulto para consolarse.
Este patrón puede desarrollarse cuando las respuestas del adulto han sido frías, poco disponibles o rechazantes ante las demandas afectivas del niño.

Apego inseguro ambivalente

El niño muestra una fuerte ansiedad ante la separación y tiene dificultades para calmarse incluso cuando se reencuentra con el cuidador.
Puede alternar entre conductas de búsqueda de afecto y rechazo, lo que refleja una relación impredecible.
Este tipo de apego aparece cuando la figura de apego ha sido inconsistente: a veces disponible, otras ausente o poco sensible.

Apego desorganizado

Este estilo de apego fue identificado más tarde por investigadores como Main y Solomon, al observar que algunos niños no encajaban en los patrones anteriores.
Sus conductas eran contradictorias, confusas o desorientadas: por ejemplo, acercarse al cuidador con miedo, quedarse paralizados, o mostrar movimientos sin propósito.
Suele aparecer en contextos de trauma, negligencia, maltrato o cuando la figura de apego también es una fuente de miedo.

Esta clasificación ha sido clave para entender cómo se construyen los vínculos afectivos en la infancia y cómo influyen en el desarrollo emocional posterior. Comprender los estilos de apego no es para etiquetar a los niños, sino para ayudar a los adultos a reflexionar sobre la calidad del vínculo y promover relaciones más seguras y saludables.

El papel del adulto en el desarrollo del apego

El vínculo afectivo entre un bebé y su figura de apego no se forma de manera automática ni depende únicamente de la biología. Se construye, sobre todo, a través de las experiencias cotidianas de cuidado. La forma en la que el adulto se relaciona con el niño es determinante para el tipo de apego que este desarrollará.

A lo largo de los primeros meses y años de vida, el bebé va generando una representación del mundo y de sí mismo en función de cómo es tratado. La sensibilidad, la coherencia y la disponibilidad emocional del adulto son claves para sentar las bases de un vínculo seguro.

Tipos de interacción y sus efectos

No todos los adultos interactúan del mismo modo con los niños, y eso influye en cómo se construye el vínculo de apego. Podemos identificar tres formas principales de interacción, cada una con consecuencias distintas para el desarrollo emocional.

Interacción sensible

Es aquella en la que el adulto responde de forma coherente, afectuosa y ajustada a las necesidades del niño. Escucha, observa y reacciona con respeto, sin forzar, sin ignorar.

Esta forma de relación promueve el apego seguro. El niño se siente comprendido, atendido y con libertad para explorar el entorno sabiendo que, cuando lo necesite, encontrará consuelo y protección.

Interacción intrusiva o controladora

En este tipo de interacción, el adulto tiende a invadir el espacio del niño, anticipándose a sus necesidades o intentando dirigir de forma constante su conducta. Puede sobreestimular, interrumpir sus iniciativas o tomar decisiones por él.

Aunque el adulto esté presente, no está permitiendo que el niño desarrolle autonomía ni que aprenda a regularse. Esta actitud puede generar inseguridad, ansiedad o dependencia excesiva.

Interacción negligente

Aquí, el adulto no responde de manera constante ni coherente a las señales del niño, o directamente ignora sus necesidades físicas y emocionales.

La relación se vuelve impredecible o ausente, y el niño puede desarrollar un apego inseguro. A largo plazo, esto puede afectar a su autoestima, su capacidad para regular emociones y sus relaciones futuras.

El apego no es malacostumbrar

Existe la creencia de que atender de inmediato al bebé, cogerlo en brazos o consolarlo con frecuencia puede «malacostumbrarlo». Sin embargo, la evidencia científica señala lo contrario: cuando un niño recibe atención sensible y afectiva, se siente seguro, y esa seguridad es lo que le permite desarrollar independencia de forma natural.

Dar amor, presencia, respeto y seguridad no es exceso, es necesidad. Es lo que ayuda a construir un vínculo sano y a fomentar un desarrollo emocional equilibrado.

Conclusión

El apego no es un concepto abstracto, es una experiencia viva que se construye cada día en la relación entre el niño y sus figuras de referencia. Esa relación es la base sobre la que se desarrollan la autoestima, la autonomía, la capacidad de regular emociones y de establecer relaciones sanas con los demás.

Desde la fisioterapia infantil también acompañamos estos procesos, respetando los tiempos de cada niño, promoviendo la seguridad emocional y facilitando experiencias de desarrollo global.